jueves, 1 de mayo de 2025

Relato | El Rescate

 


Don Julián no sabía qué hacer. Sus hijos hablando de meterlo a un geriátrico ¿Sería posible? Tan inservible era para ellos: no lo creía. Necesitaba sosiego, aclarar las ideas, entonces decidió irse, como todos los días, a su banqueta predilecta del parque, la más alejada y solitaria de todas, donde podía leer el periódico a placer sin ser molestado. Pero hoy no habría periódico, tan solo una creciente tristeza.  

     Al llegar al parque se percató de que la banqueta ya estaba ocupada. Un enorme oso de peluche color rosa, mustio y sucio yacía abandonado allí por sabe Dios quién. Don Julián lo agarró, lo puso en la banca de al lado para luego acomodarse en el lugar de siempre y ponerse a pensar. O a llorar. Lo que sucediera primero.  

     Al cabo de un rato, una voz lo sacó de sus pensamientos:  

    —¿A usted también lo botaron por viejito?  

    —¡Qué! —exclamó Don Julián sorprendidoVolteó, pero no vio a nadie. Hasta que, de nuevo, la misma dulce voz le obligó a bajar la vista.  

    —¿Qué si a usted también lo botaron por viejito?  

     Era una pequeña niña sentada en la acera quien le hablaba, abrazada al peluchón estropeado que minutos antes él mismo había movido de lugar. El anciano luchaba por contener la risa. Le extendió una mano a la niña mientras respondía:  

    —Algo así. Ven, nena, levántate de ahí. A ver ¿Qué haces tú solita por aquí? ¿Dónde están tus papás?  

    —En casa. Ando con mi tía, la que está por allá dando de comer a las palomas ¿la ve? bueno, ella. Vinimos a rescatar a Teo. Di “Hola” Teo —dijo la pequeña, moviendo uno de los brazos del peluche de un lado a otro en señal de saludo.  

    —Ah sí ¿Y qué le pasó a Teo? —preguntó Don Julián, más que interesado en la nueva ocurrencia que pudiese venir de aquella avispada chiquilla 

    —Bueno, que esta mañana papá y mamá dijeron que lo llevarían a pasear, pero era todo mentira ¡lo querían botar por viejo y  feo! Yo los escuché. Decían que ya no servía. Pero no me importa, yo lo quiero. Me puse a llorar y se lo dije a mi tía. Ella sabía dónde encontrar a mi Teo, y lo vinimos a rescatar.  

    —Eso está muy bien. Teo ha de estar muy contento, porque tiene a alguien que lo quiere mucho a pesar de lo viejito que está ¡Que felicidad! 

    —A lo mejor si usted se queda quieto donde lo dejaron, igual que Teo, vienen y lo rescatan también ¿verdad? —dijo la niña, risueña. 

    —Buena idea — respondió feliz Don Julián — Ahora que conseguiste a Teo, cuídalo mucho. Un poco de agua y jabón no le caería mal el comentario hizo carcajear a la chiquita Será mejor que vayas junto a tu tía. Te acompaño.  

     Así, después de escoltar a la simpática niña y su peluche hasta el centro de la plaza del parque donde la aguardaba su tía, Don Julián cogió unas monedas de su bolsillo, compró el periódico en un quiosco cercano y se devolvió a su banqueta predilecta a leer un rato mientras llegaba su nieto Matías, que todos los días pasaba por el parque luego del trabajo para invitarle un café antes de volver a su casa 

     Tardó más que de costumbre, pero el hombre llegó. Traía rodando un equipaje como si se fuera a un largo viaje. Lo que faltaba pensó el anciano, de nuevo sombrío. 

    —Hola, abuelo. Siento la demora ¿Cómo estás? —pregunto Matías al tiempo que se sentaba a su lado.  

    —Estoy, es lo importante hijo. Aquí esperándote, como todas las tardes.  

  Mira, yo sé que tú no eres tonto, abuelo. Imagino que ya te enteraste de esa locura del geriátrico ¿no? Pero a mí no me da la gana, pues. Si a tus hijos no les importas, a mí sí. Cuando me dijeron esa vaina, del tiro hasta me traje todas tus cosas. Te vienes a vivir conmigo y ya ¿Qué me dices? 

    —Gracias por rescatar a este viejo, querido Matías… 


FIN


lunes, 3 de marzo de 2025

Relato | Layla

 

 

I

 

     Layla se encontraba en la habitación compartida con su hermano Eric, tratando de escribir un cuento para la clase de literatura cuando de repente fijó su atención en la biblioteca al observar el hueco de un libro faltante. «Claro, la novela de Agatha que le presté: ¡ya me había asustado!» pensó. Era demasiado celosa de sus libros. Sin embargo, el temor no cesaba: «¿Y dónde tendrá el libro? Ése que es más descuidado… el último que le di (Drácula ¿no?) me lo devolvió con la tapa doblada…» se dijo a sí misma mientras seguía recorriendo insistentemente la habitación con la mirada.   

      Pero el libro no regresó a sus manos. Algo estaba pasando con Erick, y Layla lo sabía.   

      Después no fue sólo el libro de Agatha, también los de Savater, Poe, los coleccionables de National Geographic y los diálogos de Platón de la Gredos, los más caros. Y pasado un mes, ya no eran únicamente libros: eran sus discos, sus películas, su colección de postales… Eric la estaba robando. Comenzaron las peleas entre ambos, cada vez más frecuentes e insostenibles, hasta que el vicio –absurdamente ignorado por sus padres– unido a la falta de dinero suficiente para mantenerlo llevaron a Eric demasiado lejos.   

 

     Un día, distraída subiendo por las escaleras del edificio, Layla chocó por accidente con Andrea, la pelirroja del piso 7. Cual viejas amigas se sentaron a charlar en los escalones del pasillo, pues, hace mucho que no se veían. Layla notó un detalle poco usual en ella, y preguntó:   

      ¿Qué tal esa camisa Andrea? ¿No sabía qué te gustaba el rock?

      Ah, ésta respondió la chica bajando la mirada para observarse la prenda mejorBueno, no es que me guste la banda, pero el diseño me encantó ¡me luce para mis clases de electrotécnica! Además, de que te extrañas si tiene tu buen gusto; se la compre a tu hermano. De seguro le ayudaste a escoger la mercancía, ¿cierto?

     Layla escuchaba en silencio. Aquella era la camisa de AC/DC que tanto le había costado traer de la tienda oficial en Canadá. Era de colección. Desde que la compró la mantuvo en su empaque; nunca se la había puesto.   

 

      Ese mismo día se enteró que la mitad de su ropa había sido vendida a la urbanización, lloró e hizo sus maletas, dispuesta a no saber de Eric nunca más. En la noche tomó un autobús y viajó al otro lado de la ciudad hasta la casa de su tío Jim, un solitario militar retirado que la apreciaba por su carácter y no le negaría nada. Llegó a su destino a eso de las once de la noche, bajo una lluvia torrencial, empapada, con el maquillaje chorreando, los cuatro trapos que le habían quedado y un Fallkniven recién usado oculto al fondo de su cartera, para quedarse allí por siempre.

      Jamás volvió a ver a su hermano.  

      Ni ella, ni nadie, puesto que lo había matado.   

 

 

II

 

…got me on my knees, Layla / I'm begging, darling please, Layla / darling won't you ease my worried mind…

 

 

     Poco a poco iba disminuyendo el sonido de la radio, y con él, los últimos acordes de la guitarra de Clapton.  La melodía cesó dando paso a una voz masculina –nada musical– que la hizo saltar del asiento.

       ¡Andrea! ¡Es que no escuchas que bajes a comer! 

     Sobresaltada por la repentina intromisión de su padre en su habitación, una delgada señorita pelirroja despertó de sus ensoñaciones. Aún tenía puesta la mirada en el librero.

    ¡Claro! Pero que vas a estar escuchando tú con esa música a toda mecha agregó el hombre, mientras echaba un vistazo curioso al mar de discos en la cama de su hija.

     ¡Ay, Dios! Me quede colgada pensando otra vez… Lo siento papá, bajaré en seguida: es que tengo un cuento por terminar y… ni siquiera he comenzado dijo la chica, haciendo un mohín de disgusto con la boca.

     Cómo quieres terminar la tarea, niña, si te pones a divagar, y escuchando música, de paso…

     Es Unplugged papá, mi disco favorito, tu sabes… dijo Andrea levantándose de la silla, corriendo a subir nuevamente el volumen a la radio y sus temas no son cualquier cosa ¿eh?, son LOS temas. Escucha éste que sigue ¡Lo adoro!... One, two…

   Si niña, pero mientras tu escuchas “LOS temas” replicó el padre, remedándola y haciendo el gesto de las comillas en el aire tienes la comida fría ahí abajo.

    ¡Papí vale! Estoy haciendo tarea, y cuando hago tarea escucho música: la música inspira, sabías. Es más, ya hasta tengo una idea.

   Lo que significa que no vas a comer entonces la interrumpió el padre, resignado. La chica asintió.

   Ahora bajo, tengo un cuento que escribir. Me pones el plato en el micro, porfis dijo ella encantadora, con una amplia sonrisa que poco convenció a su padre. Él respondió con un escueto «está bien» y se marchó para dejarla terminar.

      En cuanto escuchó la puerta cerrarse, Andrea volvió al escritorio, tomó una hoja en blanco, un lápiz y se dispuso a escribir, sumida de nuevo en sus locos pensamientos: «¡Qué bueno que no tengo hermanos! ¡Porque si tuviera uno que robara mis discos creo que también lo mataría!... A ver, ¿Cómo empiezo? ¡Ah, sí! La chama absorta mirando la biblioteca… Se llamará Layla, como la canción…»

 

FIN


lunes, 24 de febrero de 2025

Relato | La Escritora

 

 
 
 

I

     Me escribo para entenderme, me leo para para aclararme, para volver a mi centro y no caer en la ilusión de la cotidianidad. Para comenzar a hacer la realidad que quiero ver a diario, escribo cada día. Le doy espacio a la escritora. Porque cada minuto que paso ignorándola, haciendo algo que no le satisface, que no le gusta, que no le nutre, me pongo en serio peligro. No quiero tenerla relegada nunca más: voy a darle su posición. La merece más que nadie en este mundo. 

     En un tiempo imperceptible ella está construyendo mis logros. Es la única que conoce mis fantasmas, que tiene mis respuestas. La que me entiende; quien sabe hacia dónde vamos y lo que vamos a conseguir. Ella, dedicada y paciente, me comprende. Es consuelo y la mejor –quizás la única– compañía.

     Mis padres me dieron la vida, pero la literatura me dio sentido y dirección. Es lo que me mantiene viva, avanzando. Porqué una vida sin sentido no es nada. Y la falta de motivación vital engendra suicidas. Gente que se echa a morir, o que mata. Mi impulso es la palabra, con ella me mantengo aferrada a la existencia. Soy afortunada: por el arte, la lectura, la educación, la escritura, la vida vale.  

 

II

       Por mucho tiempo viví desdoblada: siendo una en mi mundo interno, y otra allá afuera. La escritora, la creativa, estaba oculta, escondida, creando a solas, en silencio, tranquila y muy a gusto en mi interioridad. Ella no se complica. Mientras la otra, yo, la yo proyectada al mundo se adapta a todo y cubre todas las expectativas, intentando ser chévere, hacerse un lugarcito en una parcela de realidad, hacer vida social… Y la escritora se parte de risa frente aquella pantomima. Sabe que sólo a través de ella la vida auténtica pueden ser posible. Conectar con la vida es cuestión de escribir.

     Llegué a escribir un poema declarando que soy dos “la que escribe y la que vive”. Una triste realidad, y un enorme desacierto esa frase, que me separa del espíritu de la escritora que soy. Excepto cuando escribo, todo demás es una máscara. No estoy ahí, sólo finjo. La escritura es mi vida. La escritora soy yo. No tenía el valor de darle su lugar, hasta ahora. No sabía cómo. Pensé que el mundo la destrozaría, y la oculté. Una locura que no me llevó a nada. Al final, vivo por ella, por ella soy: escribiendo soy eso que vine a ser a este mundo. Allí está mi felicidad.   

 

III

     La escritora ha sido mi leal compañera. Me conoce mejor que nadie. Sólo por eso es más sabia que cualquiera. No me guarda rencor por ocultarla, al contrario, mientras menos sabe la gente de ella menos fastidia su creación. Nadie influye en mí y ella es libre de crear, sin prejuicios ni limitantes. El problema lo tenía yo, viviendo en un postureo continuo, desgastante. Haciendo lo que no quería, dejándome influir por el mundo y la opinión ajena en lugar de fluir con lo que somos ella y yo.

     Ella lo tuvo claro desde los 9 años, cuando leímos por primera vez relatos de Quiroga y Poe. “¡Vamos a escribir! ¡Hagamos que la gente no pueda dormir de miedo, como nosotras!”. Desde allí, desde mi infancia, no he parado de leer y escribir, sin embargo, apenas hoy —ya treintona— estoy alineada en el camino de la escritora. Hasta ahora vivo plenamente la escritura a consciencia. Vivo porque escribo.

    Por fin la escritora y yo somos una sola.  

 

IV

     El ojo de la escritora es el ojo de mi alma. Ella es la visionaria, ve algo que nadie más puede ver salvo nosotras. Cuando me siento más lejos de mí misma, si las cosas no van bien, escribo. Así me hace saber que no estoy sola, ni las cosas están tan mal como podrían estar. Hemos estado peor, en honor a la verdad. Hay cosas más terribles que estar sin trabajo y no tener dinero: no estar alineados con el alma, por ejemplo. Las finanzas, el trabajo se recuperan. El alma olvidada, jamás.

     El alma escoge el camino. A más nadie hay que escuchar. No estoy –no estamos todos en pie en esta Tierra– en este mundo por casualidad. Tengo un motivo. Mi motivo es crear. La escritora lo sabe, ya trazado mi ruta.  En ella vuelvo a mi centro. Es mi única constante escribir, crear con la palabra.  

 

     Desde pequeña compaginaba los libros con las muñecas; tuve la suerte de tener buenas maestras, una buena escuela, vivir en un barrio con una biblioteca pública cerca y sacarme un carnet de préstamo. Pedía libros, leía y escribía. Mis diarios eran cuadernos enteros de pensamiento sobre todo lo que vivía y descubría. Mi pequeña e infantil existencia estaba bien documentada, narrando y cuestionándome en cada página escrita absolutamente todo a mí alrededor. Así ha sido siempre. Sigo escribiendo para darle un sentido a la vida. Muy pocos son los días donde no haya escrito nada. Con el paso del tiempo escribo cada vez más.

     Escribiendo me siento bien, estoy en feliz, en paz. Es lo que quiero hacer hasta el día que me muera. Es mi lugar. La lectora que soy, los escritores que leo; la escritora que soy; mis escritos, las historias leídas y escritas, los libros todos componen mi universo. Cuando escribo sé dónde tengo que estar.

 

V

     Sí, hay un mundo allá afuera, pero a mí la vida me toca hacerla desde las letras para que sea fiel a mi alma, real, dulce y placentera. La fiesta de la vida es un relato, una narrativa luminosa y creativa de la existencia que ha de imponerse. Sí llega la noche, el frío, el invierno, la muerte, no pierdo la esperanza porque sé que en un relato está la vida: ya la hice, ya la viví, y puedo hacerla otra vez. En el silencio y la soledad de la literatura, leyendo y escribiendo, la fiesta tiene su momento. La noche oscura del alma es un tránsito, una parte del ciclo que demanda la luz interior, antes de llegar el día, el verano, la vida. 

     En la oscuridad del mundo, esa oscuridad que demanda tanta luz interior, en ese espacio negro aprendí a mirar un vacío fértil fuente de vida. Allí es donde nuestra alma ilumina. Depende de nosotros cómo vamos a emplear esa luz. El fuego de mi espíritu, mi energía, toda mi humanidad, esta puesta al servicio de la escritora. Mi entrega total, mi compromiso es con ella. La honro, la escucho, la dejo hablar. Que escriba y se manifieste. 

 

VI

     Ha terminado de redactar, acaba de levantarse de la silla. Vamos juntas a la cocina, a prepáranos otro café y desayunar. Apenas son las 4:30 a.m. Saldré a trabajar, haré unas diligencias después del turno, espero no tardar demasiado. La corrección de otro texto me espera. Sé que esta noche volverá, sin falta. Jamás se pondrá en mi lugar de asalariada. En cambio yo si tengo que cederle mi asiento frente al computador todos los días, y está perfecto. Es lo correcto. Así debió ser desde hace bastante tiempo. Ya no soy yo quién se sienta frente al teclado, pero me voy acostumbrando. Es bueno no ser esa yo con mis tonterías y miedos, una cualquiera ahí sentada aporreando teclas… mejor que sea ella. Puesta en sitio que le corresponde. La escritora que ha cobrado vida, por fin. 


lunes, 13 de enero de 2025

Meditación seis: Conocimiento y Sabiduría

 


     

     El conocimiento te lleva a la sabiduría, sin embargo, conocer y saber no son lo mismo. Conocimiento es tener noción e información sobre las cosas, mientras que sabiduría es saber lo esencial. ¿Qué es lo esencial? Quién eres (más allá de lo que te ha dicho el mundo —tu familia, tus maestros, tus amigos, tu jefe, tu pareja, tu sociedad, tu cultura, tu país— que eres), de dónde vienes, y hacia dónde vas. Hay una respuesta justa, verdadera, única, para estas tres interrogantes: esa respuesta es lo esencial. Y cuando sabes lo esencial, ya no necesitas acumular conocimiento. Disfrutas conocer, aprovechas tus conocimientos, aprendes lo que necesitas incorporar a tu vida, no te distrae ni te angustia lo que desconoces. Ya no necesitas conocerlo todo porque sabes lo fundamental. Sabes lo que tienes que saber.

     Soy bastante mental, todo lo razono, así que por mucho tiempo viví rindiendo culto al intelectualismo. Estudiar es un placer, lo hago con mucho gusto, y mis ganas de estar informada y aprender cosas me llevaron con éxito desde la escuela primaria hasta la carrera de Filosofía. Curiosa, lectora, y reflexiva por naturaleza, dedicarme a pensar el mundo estaba muy bien para mí entonces. En primer año, estudiando filosofía antigua, descubrí una máxima que hoy en día pienso en ella como la puerta del conocimiento hacia la sabiduría: «Conócete a ti mismo». Descubrirla fue interesante, mucho mejor ponerla en práctica. No de inmediato; progresivamente fui entendiendo su significado, hasta empezar a vivirlo. La misma vida me puso en el camino del autoconocimiento. Fue en la practica de meditar en mí, en el Sí Mismo, en la esencia, que dejé de lado el saber cosas para ganar sabiduría. Descubrí que el único saber necesario para la vida es acerca del Ser y los asuntos del alma. También descubrí las herramientas para establecer esa conexión espiritual esencial. Fue un proceso de años, complejo, pero al mismo tiempo maravilloso, real, útil, satisfactorio, que se va transformando en un estilo de vida. 

 

     La sabiduría no tiene por qué estar separada del conocimiento: coexiste con él. Puedes seguir siendo el intelectual profesional de muchos títulos, brillante carrera, y reconocer quién eres en esencia. Esa es la vida ideal. Sin embargo, el mundo está lleno de personas inteligentes, hábiles, muy calificadas, competentes para sus trabajos pero insatisfechas, hartas, deprimidas, conflictuadas en su vida personal, porque se desconocen a sí mismas. No saben que quieren en realidad, ni por qué hacen lo que hacen. Existen para sostener una tortuosa rutina, y con todo lo que saben, porque conocen como funciona el mundo, no saben lo esencial. Están desconectados de su alma. Tienen, mantienen, trabajan, construyen… pero no son. Todo lo que edifican carece de alma puesto que estas personas no están en sintonía con la suya.

     El conocimiento es del mundo para el mundo. La sabiduría brota del alma y nos muestra exactamente lo que somos.

     La verdadera vida es espiritual, se trata de ser en esencia, más allá de tu naturaleza, cultura o contexto humano. El mundo y sus circunstancias son transitorios, cuestión de una época, una tendencia, un momento en el tiempo que transcurre indetenible en medio de sucesos que un día lo son todo y al otro desaparecen y ya no significan nada. Lo importante, lo real, es eterno e inmutable en su esencia. Es lo permanente en medio de las circunstancias, siempre cambiantes. Es el alma de todas las cosas.

    

     Mientras me esforzaba por comprender el mundo y servir a la sociedad concentrada únicamente en el entorno afuera, me alejaba cada vez más de mí. No entendía todavía que sólo puedes ser útil, dar, servir, desde lo que eres, ergo debes reconocer quién eres en realidad. Y mientras más conocía el mundo, más me desilusionaba. Era natural, porque el mundo como lo conocemos es una ilusión (producto de nuestra ignorancia) de la que hay que deshacerse primero para poder encontrar el verdadero camino de vida. Cuando lo entendí, eso hice. Me desligue del mundo que no tenía nada que ver conmigo, puesto que yo no era nada de eso. Mucho de lo que sucede en el mundo yo no lo quiero en mi vida, y lo que quiero en aquel momento parecía no ser parte de este mundo: paz, tranquilidad, bienestar, calma, felicidad, silencio. A solas conmigo encontré todo eso en mí, y cuestionándome todo el tiempo que pasé con la mirada puesta siempre afuera en este mundo lleno de interminables conflictos, situaciones sin salida, preguntas sin respuestas me pregunté ¿qué pasaría si volvía la mirada hacia adentro, hacia lo que nunca había visto, y empezaba a conocerme a mí? Ese ejercicio maravilloso de autoindagación me llevo finalmente al que siempre debió ser mi punto de partida: yo misma.

     Meditar en mí, comprenderme, explorarme, escucharme a mí misma en lugar de voces ajenas, me llevó hacia todas las respuestas. Reconociendo mi Ser —que en esencia es el Ser de Todo— se acabaron mis dudas existenciales. Ya no necesito almacenar conocimientos en desuso. Ahora aprendo a caminar en la luz de la sabiduría, sin desviarme entre el ruido del mundo, sin quedarme atascada en los dolores, vicios y placeres de la existencia. 

     La sabiduría no está restringida a un solo ámbito. Fluye entre todas las cosas y conocimientos que conforman el mundo. Entre los miles de caminos trazados por cada conocimiento humano la sabiduría del ser es el carro luminoso que se mueve en una sola dirección, la liberación del alma.

     El gran reto hoy no es aprender sino descubrir lo esencial y vivir sabiamente. Desde que lo supe empecé a vivir con autenticidad, porque vivo desde lo que soy. Ya estoy en marcha en el camino a la realización. Apenas comienza el recorrido.

Relato | El Rescate

  Don Julián no sabía qué hacer. Sus hijos hablando de meterlo a un geriátrico ¿Sería posible? Tan inservible era para ellos: no...