Don Julián no sabía qué hacer. Sus hijos hablando de meterlo a un geriátrico ¿Sería posible? Tan inservible era para ellos: no lo creía. Necesitaba sosiego, aclarar las ideas, entonces decidió irse, como todos los días, a su banqueta predilecta del parque, la más alejada y solitaria de todas, donde podía leer el periódico a placer sin ser molestado. Pero hoy no habría periódico, tan solo una creciente tristeza.
Al llegar al parque se percató de que la banqueta ya estaba ocupada. Un enorme oso de peluche color rosa, mustio y sucio yacía abandonado allí por sabe Dios quién. Don Julián lo agarró, lo puso en la banca de al lado para luego acomodarse en el lugar de siempre y ponerse a pensar. O a llorar. Lo que sucediera primero.
Al cabo de un rato, una voz lo sacó de sus pensamientos:
—¿A usted también lo botaron por viejito?
—¡Qué! —exclamó Don Julián sorprendido— Volteó, pero no vio a nadie. Hasta que, de nuevo, la misma dulce voz le obligó a bajar la vista.
—¿Qué si a usted también lo botaron por viejito?
Era una pequeña niña sentada en la acera quien le hablaba, abrazada al peluchón estropeado que minutos antes él mismo había movido de lugar. El anciano luchaba por contener la risa. Le extendió una mano a la niña mientras respondía:
—Algo así. Ven, nena, levántate de ahí. A ver ¿Qué haces tú solita por aquí? ¿Dónde están tus papás?
—En casa. Ando con mi tía, la que está por allá dando de comer a las palomas ¿la ve? bueno, ella. Vinimos a rescatar a Teo. Di “Hola” Teo —dijo la pequeña, moviendo uno de los brazos del peluche de un lado a otro en señal de saludo.
—Ah sí ¿Y qué le pasó a Teo? —preguntó Don Julián, más que interesado en la nueva ocurrencia que pudiese venir de aquella avispada chiquilla.
—Bueno, que esta mañana papá y mamá dijeron que lo llevarían a pasear, pero era todo mentira ¡lo querían botar por viejo y feo! Yo los escuché. Decían que ya no servía. Pero no me importa, yo lo quiero. Me puse a llorar y se lo dije a mi tía. Ella sabía dónde encontrar a mi Teo, y lo vinimos a rescatar.
—Eso está muy bien. Teo ha de estar muy contento, porque tiene a alguien que lo quiere mucho a pesar de lo viejito que está ¡Que felicidad!
—A lo mejor si usted se queda quieto donde lo dejaron, igual que Teo, vienen y lo rescatan también ¿verdad? —dijo la niña, risueña.
—Buena idea — respondió feliz Don Julián — Ahora que conseguiste a Teo, cuídalo mucho. Un poco de agua y jabón no le caería mal —el comentario hizo carcajear a la chiquita— Será mejor que vayas junto a tu tía. Te acompaño.
Así, después de escoltar a la simpática niña y su peluche hasta el centro de la plaza del parque donde la aguardaba su tía, Don Julián cogió unas monedas de su bolsillo, compró el periódico en un quiosco cercano y se devolvió a su banqueta predilecta a leer un rato mientras llegaba su nieto Matías, que todos los días pasaba por el parque luego del trabajo para invitarle un café antes de volver a su casa.
Tardó más que de costumbre, pero el hombre llegó. Traía rodando un equipaje como si se fuera a un largo viaje. “Lo que faltaba” pensó el anciano, de nuevo sombrío.
—Hola, abuelo. Siento la demora ¿Cómo estás? —pregunto Matías al tiempo que se sentaba a su lado.
—Estoy, es lo importante hijo. Aquí esperándote, como todas las tardes.
—Mira, yo sé que tú no eres tonto, abuelo. Imagino que ya te enteraste de esa locura del geriátrico ¿no? Pero a mí no me da la gana, pues. Si a tus hijos no les importas, a mí sí. Cuando me dijeron esa vaina, del tiro hasta me traje todas tus cosas. Te vienes a vivir conmigo y ya ¿Qué me dices?
—Gracias por rescatar a este viejo, querido Matías…
FIN